domingo, 30 de agosto de 2009

Ante la niña aparecida en la bodega

El último rincón de la bodega proveyó el espanto.
Tiempo de noche. Oscuridad serena. Mala suerte.
Miré su rostro convertido en calma.
Visión sutil. Helada actitud. Mortal gesto.
Nada había que hacer. No estaba ausente.
Una dulce canción se escuchaba entonces
pero no partía de sus labios sino del aire.
Mis pasos se alejaron de su imagen, tuve miedo
"Aléjate de mí, no soy tu amigo", dije en vano,
clavada quedaría en mis pupilas para siempre.
Impregnación. Loca atadura. Fatal recuerdo.

Rodolfo Calderón Vivar. Agosto de 2009


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lunes, 24 de agosto de 2009

Persistencia

para Clara López Jiménez

Hoy imaginé en la ventana que veía tu rostro
reflejado en el horizonte entre el vidrio y la niebla;
aspiré la húmeda neblina del dominador verano
y besé el viento fresco, como si fueran otros labios.
No había hoy dolor en mi alma, ni miedo, ni angustia.
Los rayos de sol pregonaban nuevos tiempos,
azulados brochazos del inmenso cielo atisbaban
entre iridizadas nubes transformadas en lo inmenso.
Creí en ti, creí con fuerza, creí en tus palabras
resonantes aún aquí en mi pecho, cuando flotamos
como naufragos en el mar de nuestros alientos.
Creí en ti, sigo creyendo, el día repasa mis ideas
y deja lecturas variadas de futuros inciertos
al garete de un mensaje azaroso tuyo enviado
al buzón de un amor que se resiste a estar muerto.

Quien si no tú, alma gemela, comprendes lo que soy,

Seré y he sido, luz y oscuridad, brisa y tormenta,

Voz de multitud, ermitaño en la caverna, príncipe

Fugaz en reinos concedidos por ominosos dueños

De fuentes que derrochan aguas de poder y de riqueza.

Quién si no tú, me ha visto andar por los caminos

Largos y estrechos, cortos y amplios, por donde

Transcurre cada espacio, cada acción y cada tiempo

Registrado en tus luminosos ojos, escenario perfecto.

Por eso, de nuevo te contemplo en el imaginario reflejo..

No estás aquí, pero avanzas en la niebla fría que arde,

persistente, penetrante, al roce de mi pecho

como una llamarada inexorable que me incendia.

Rodolfo Calderón Vivar
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Búsqueda del Sol

Voy con el sol, avenida yerta,

caudal de multitudes y sombras,

luces y lenguas congeladas

cada mañana.

Mi rostro prueba vientos del sur,

hundido en el coto siniestro

de mi automóvil alterado

por el tráfico.

Pensamientos sonámbulos rebotan

en empañados parabrisas

que me separan mi mundo

y el horizonte.

Neuróticos instantes de lucha

perenne con la tríada de luces

del semáforo agotador

de mi paciencia.

Sol de otoño que busco ahora

escapando a las sombras

de presagios extraños

en mente.

Sensiblemente me turban

aquellos recuerdos soberbios

de las turbias oquedades

de la noche.

Termino soñando, despierto.

azarosos contenidos

en profundos inconcientes

inasibles.

¿Para que la vida? ¿Por rutina?

¿Para qué estos caminos extraños

recorridos si el sol se esconde

a diario?

Aclara, lector, este acertijo

vital de por que las sombras

son en este mundo la única

certeza,


Rodolfo Calderón Vivar
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Tres Haikus en agosto

a la memoria de Paco Morosini…

Haiku I
Veo en la montaña
Sutil simiente blanca
Que causa el agua

Haiku 2

Xalapa yace
En el barullo humano
Yo en mi sueño

Haiku 3

Por la ventana
cruza la noche oscura
reina de ciegos

Rodolfo Calderón Vivar. Agosto de 2009



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miércoles, 19 de agosto de 2009

Parábola del Innovador Solitario

Una vez hubo un barco que zarpó en búsqueda de un nuevo continente, en tiempos en el que la navegación era una aventura y con un riesgo inconmensurable de muerte. Era una tripulación numerosa y entusiasta y para la larga travesía aprovisionaron suficientemente sus bodegas, pensando en el consumo de unos tres meses que, calculaban, duraría el viaje.
Sin embargo no todos eran avezados marineros, algunos ni siquiera habían vivido cerca de mar o río alguno, por lo que carecían de elementales habilidades tales como el saber nadar, o el cómo distinguir en el cielo las estrellas guiadoras de los viajes, mucho menos sabían utilizar el astrolabio.
Se habían registrado en la tripulación porque a unos les gustaba la aventura, a otros porque les garantizaría un trabajo y comida durante los meses que estuvieran en el buque; algunos porque eran familiares lejanos del capitán, y hasta uno que otro amigo necesitado de trabajar.
El capitán del barco repletó su tripulación con demasiados marinos inexpertos, pensando que habría tiempo para enseñarles a ser lobos del mar, como había pasado en otras ocasiones y en otros buques que había comandado.
Sin embargo, aquella tripulación fue muy especial. Gustaba más de la buena vida que de la disciplina y el trabajo productivo. Y lo que eran peor, consideraban que no era necesario aprender, si ya con que hubiera capitanes y oficiales que supieran hacia donde ir era suficiente.
A la par de la consumación total de las provisiones, una rara enfermedad cayó sobre ellos y, por aciagas circunstancias, cobró la vida del capitán y todos los oficiales. Los demás no murieron, esos marineros que ignoraban propiamente que era el ser marineros, y su aparente suerte de estar vivos se convirtió en aciago tormento. Durante varios días estuvieron a la deriva y dejaron que el barco fuera hacia el destino que indicarán los vientos, cuantos éstos soplaban.
Solo uno de los inexpertos marineros consideró que había que hacer algo, como solución necesaria en previsión de mayores desgracias, pues el barco se iba cada vez mas hacia terrenos ignorados, y decidió que de los tablones de uno de los pisos interiores de la bodega se podían armar cuando menos tres balsas, para que se partiera en busca de ayuda o tierra firme, o para flotar en caso de que aconteciera alguna desgracia. Pero a su idea nadie parecía hacer caso. Traía de repente una idea nueva que no garantizaba ninguna utilidad inmediata. Es más, incrementaba la posibilidad de que las escasas fuerzas de los hombres, sin la suficiente alimentación, se agotaran más rápidamente y resultaron entonces muertos aún antes de concluir esas extrañas balsas, que pedía realizar el solitario innovador.

Nadie parecía secundar la idea. No había duda, era un innovador solitario. Ël mismo sintió esa soledad que da el rechazo producto de la incomprensión. ¿Qué podía hacer? Comenzar a construir la balsa fue lo único que se le ocurrió, porque estaba convencido que si sería de utilidad el contar con ellos, pero eso lo sometió a un trabajo agotador. Aunque por el ruido que hacía mientras desprendía los tablones de la bodega inferior, no dejaba de llamar la atención su empeñoso proceder. No tardando, algunos pocos compañeros de la tripulación, mas por amistad que por considerarlo útil, estuvieron dispuestos a apoyarlo, no eran más de tres hombres. Pero de los demás, no había una respuesta de colaboración evidente. El barco era su enorme mansión y los neófitos marineros consideraban que tarde o temprano el barco, por sí solo, encallaría en una playa segura, o encontraría otro barco que los apoyaría.

Solo el marinero empeñoso de hacer balsas pudo convencer a tres de sus acompañantes para hacer cuando menos una de ellas. Después de terminarla, amarrando los tablones con gruesas reatas y echarle brea, como había observado que hacían los antiguos marineros ya muertos del buque al pintar con regularidad la madera de la nave, decidió que había que buscar cordeles y ganzúas para que en la travesía pudieran pescar animales marinos que los alimentaran. El innovador después de algún tiempo consideró que también necesitaban de agua para beber y los instó a buscar cantimploras, cubetas, para recolectar agua de la lluvia con la que podían acabar con su sed. Otro dia, observando que había aguas quietas, animó a sus tres compañeros a comenzar a nadar, amarrados de una larga cuerda que los sostuviera mientras aprendían a flotar en las aguas.

Muchos de la tripulación, la mayoría, se mofaron de ellos. Decían que habían enloquecido. Sin embargo, otros, al no tener nada que hacer y acuciados por el hambre tomaron la idea de buscar cordeles y se pudieron a pescar para tener alimentación en esos días. Pero no consideraron necesario hacer otra balsa. Aprendieron también, imitando, a lo lejos, al que instaba a hacer cosas nuevas, a recolectar agua en sus pocillos y cubetas para beber agua no salada. Es más, en tiempos de quietud del mar, aprendieron a nadar.

Sin embargo, de entre ellos hubo al menos la mitad que consideró que después de todo no estaba mal hacer otra balsa.

Los que hicieron la primera balsa zarparon y se alejaron del buque, en un día tranquilo, en previsión de cualquier tormenta; para avanzar llevaban unas trancas que les servían de remos. La balsa llevaban un rústico timón en consideración a una idea de aquel que había iniciado la idea de construir la balsa, y producto de la observación de que función tenia ese instrumento como base de navegación. A instancias del innovador, habían aprendido a ver el cielo como una fuente de orientación, de acuerdo a ciertas estrellas que aprendieron a conocer noche tras noche. Sobre todo algunos ya ubicaban en que sitio estaba la estrella polar, punto de referencia para avanzar en cierta dirección sin dar giros en círculo.

En tiempo tranquilo, calculando los vientos, y con sus rústicos remos, los hombres que se alejaron del buque en su balsa alcanzaron una isla solitaria y ahi pudieron sobrevivir el suficiente tiempo para construir un espacio entre los aborígenes que ahi vivían. Tiempo después, hasta pudieron ser rescatados por otro buque que visitó aquella isla perdida en el océano. Solo el innovador solitario se quedó en la tribu que lo acogió, porque decía: " quiero aprender algo de ellos"

Los que se quedaron, sin embargo, principalmente los que hicieron la otra balsa, no se atrevieron a zarpar porque consideraron demasiada pequeña la nave que había construido, pero siguieron consumiendo sus alimentos con sus cordeles de pescar y recolectando también agua de la lluvia. Además no tuvieron ningún empeño en conocer la posición de los astros en el cielo como una fuente de orientación. No podían ubicar ningún punto de apoyo en la bóveda celeste. Los demás que no habían creído necesario construir mas balsas ni a hacer más nada, vivieron a expensas de ellos, casi de la caridad de recibir uno que otro pescado de vez en cuando para poder alimentarse. Una gran mayoría, sin embargo, se dejó morir. No quisieron hacer acción alguna para cambiar lo que el destino les había marcado en sus vidas.

Una tormenta inesperada y brutal azotó un aciago día al barco a la deriva. Los más débiles no pudieron aferrarse con la suficiente energía a los tubos y cuerdas del buque, y cayeron al mar. La embarcación se partió en dos, y varios de los que no sabían nadar pronto se ahogaron. Otros fueron afortunados porque se aferraron a cualquier trozo del barco que aún flotara. De los pocos que sobrevivieron, los mejor comidos y que sabían nadar, buscaron en su desesperación la balsa que habían construido, mientras se mantenían a flote, pataleando y braceando con desesperación, en medio de las olas gigantes que los movían de un lado.

Y efectivamente, la balsa que habían construido, estaba ahí, a regular distancia de donde flotaban con angustia los marineros inexpertos. Se movía agitadamente pero no se hundía. Aunque, a ratos, parecía que se alejaba más y más. Era una esperanza de salvación para todos ellos, y para aquellos sobrevivientes que no habían aprendido ni a hacerla, ni a nadar, ni a pescar como sus compañeros que la construyeron, y que también se mantenían a flote, aferrándose a trozos de madera, retazos del barco que antaño parecía un gigante indestructible.

Solo tenían que resolver tres problemas: como llegar hasta ella y, después, que hacer para sobrevivir en medio de la tormenta y, más tarde, como sobrevivir los siguientes días.



Escrito por Rodolfo Calderón Vivar, en Xalapa, Ver. el 1 de noviembre de 2008, durante el Foro Virtual del Congreso Internacional de Innovación Educativa organizado por el Instituto Politécnico Nacional


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