miércoles, 24 de noviembre de 2010

Mujer de soledades

por Rodolfo Calderón Vivar

Una mujer convertida en sombra mueve

el recóndito nivel del pensamiento

donde agitan su recuerdo  aires tan  leves

convertidos  en tormentas de mi adentro.



Una mujer, arena, niebla, fuego y nieve

Va y derrama en las tardes aromas varios

y rellenan esa  boca dulces mieles

que apretadamente saborean mis labios.



Iluminada por un haz de tempestades

Se yergue dominante sobre mi mente

Y es sabia por sin que lo que diga  sabe

Que atado voy por el eje de su vientre.

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Apócrifa

por Rodolfo Calderón Vivar

Sueño con crepitantes estampidas de los hititas
en sus carruajes de fuego que avasallan
las arenas desoladas
y sin nombre
ya.

Los cúmulos que ondulan ciudadelas sepultadas
transitan sobre la miseria azulada de Ur
donde yazgo muerto
sin cripta
ni ataúd.

Soy un grano de sal en la urdimbre de la arena
pero en mi sepultura se perfila
la faz inaudita
del universo
total.

Y en ese sueño indespertado soy sorprendido
por la cimitarra del verdugo etiope
que de un tajo
corta a la mitad
un grito.

Y mi cuello atenazado por la enredadera de la muerte
es descrito en cuneiformes tablas
de un escriba persa
que eternamente
me sueña.

Vaga la soledad de la penumbra en la caverna
sin un fuego ya que me refleje
como una sombra
sutil y vaga que
no duerme

Y suenan las palabras de Dios sobre la tierra
como serpientes  que se expanden
y chocan la muralla
de aquel, el que
no oye.

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Salmo Cero

 Por Rodolfo Calderón Vivar

Los múltiples silencios se aglutinan
En la esperada rueca de la desventura
Que hila y deshila la centinela Parca.
Entre las piedras que cubren aquel campo
Surgen las flores de aletargados tallos
Que rozan trémulos suspiros de los vientos.
Y la sombra de mí,   vaga entre los rezos
De esmirriadas bocas  susurrantes
Repitiendo a coro, como en un eco:
¿Dónde hallaré paz para mis muertos?
¿Dónde?

Si los muertos aparecen nuevamente
Y se acuestan conmigo, aquí en mi pecho,
Y me despiertan  a las tres antes del alba
Pegando sus labios y su aliento, a los míos
que convertidos quedan en sus voces
en un coro plegado de unísono ruego:
¿Dónde hallarán la paz
si aquí ya no hay quietud
ni misterio?

Si las tempestuosas soledades de los locos
Son iguales para los hombres cuerdos,
Si la música infernal de los demonios
Es el eje de los salmos nuestros.
¿Dónde hallarán la paz
si aquí ya no hay quietud
ni misterio?

Que les den  hospedaje en otro cementerio
En una ciudad sin denominado rumbo
Sin líquenes ni musgos que los alimenten,
Sin puertas desteñidas por donde acaso escapen.
Sin abracadabras prodigiosos que los trasladen
Adonde mi sombra reposa junto a mi lecho.

En esa ciudad los quiero, muertos,
Sin lápida, ni fosa, ni mausoleo,
Muriendo consigo mismos, muriendo,
Sin saber ya de sus irrepetibles nombres.
Allí, a la vera de senderos que serán cubiertos
Por la  tupida enredadera del olvido
Lívidos y prisioneros en despojados cuerpos
Quietud de mar serán ya no tormenta,
Remanso de gaviotas ya sin alas
No alzarán su vuelo hacia mí. Tendré silencio.
Pero mientras eso suceda.
¿Dónde hallaré paz para mis muertos?
¿Dónde?

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viernes, 19 de noviembre de 2010

Poema automático al escuchar un tango





Para los que somos aves nocturnas,
medrando recuerdos agolpados
en la sangre.
Para subir despacio hasta morirnos
resbalando ansiedades húmedas
por las sienes.
Para pensarnos reiteradamente
cual pájaros nocturnos hundidos
en la carne.
Para morirnos todos casi iguales
pero renacer todas las noches
solo por hoy


Rodolfo Calderón Vivar Xalapa, Ver. 19 de noviembre de 2010

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jueves, 18 de noviembre de 2010

Credo ut intelligam


Credo ut intelligam


A Delia Itzel


Al sentir el abandono de mí mismo
al azar de las fuerzas del destino
pronuncio el nombre que no olvido
aprendido con fuerza desde niño

Dios, la palabra ante  al abismo
no importa cuán bajo haya caído.
Dios, esperanza de fe absoluta
pese a estar triste y abatido.

 ¿Me preguntas qué ha pasado?
¿Qué señal esperas de mí ahora? 
Cual puede ser sino una sola:
 creer en Dios y eso me basta.

Si por él tu vida fue plena
No importará entonces  la muerte.
Por él  germinaste semillas
que darán vida para siempre.

Yo  creo en ese Dios magnífico
que  pacientemente aguarda
al final del túnel, guardián sereno
de una luz de perdón eterna.

 En torno tuyo,  esas  miradas
tienen la luz de su presencia.
Cada una es una  puerta abierta
por las que Dios te observa.


Rodolfo Calderón Vivar                                18 de noviembre de 2010



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