miércoles, 24 de noviembre de 2010

Salmo Cero

 Por Rodolfo Calderón Vivar

Los múltiples silencios se aglutinan
En la esperada rueca de la desventura
Que hila y deshila la centinela Parca.
Entre las piedras que cubren aquel campo
Surgen las flores de aletargados tallos
Que rozan trémulos suspiros de los vientos.
Y la sombra de mí,   vaga entre los rezos
De esmirriadas bocas  susurrantes
Repitiendo a coro, como en un eco:
¿Dónde hallaré paz para mis muertos?
¿Dónde?

Si los muertos aparecen nuevamente
Y se acuestan conmigo, aquí en mi pecho,
Y me despiertan  a las tres antes del alba
Pegando sus labios y su aliento, a los míos
que convertidos quedan en sus voces
en un coro plegado de unísono ruego:
¿Dónde hallarán la paz
si aquí ya no hay quietud
ni misterio?

Si las tempestuosas soledades de los locos
Son iguales para los hombres cuerdos,
Si la música infernal de los demonios
Es el eje de los salmos nuestros.
¿Dónde hallarán la paz
si aquí ya no hay quietud
ni misterio?

Que les den  hospedaje en otro cementerio
En una ciudad sin denominado rumbo
Sin líquenes ni musgos que los alimenten,
Sin puertas desteñidas por donde acaso escapen.
Sin abracadabras prodigiosos que los trasladen
Adonde mi sombra reposa junto a mi lecho.

En esa ciudad los quiero, muertos,
Sin lápida, ni fosa, ni mausoleo,
Muriendo consigo mismos, muriendo,
Sin saber ya de sus irrepetibles nombres.
Allí, a la vera de senderos que serán cubiertos
Por la  tupida enredadera del olvido
Lívidos y prisioneros en despojados cuerpos
Quietud de mar serán ya no tormenta,
Remanso de gaviotas ya sin alas
No alzarán su vuelo hacia mí. Tendré silencio.
Pero mientras eso suceda.
¿Dónde hallaré paz para mis muertos?
¿Dónde?

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