martes, 1 de septiembre de 2009

Irene

Fuera la gitana o la niña protegida,
amparo de las flores en la tienda;
era un soplo vago y cardinal
en un suspiro yaciente
del corazón
sobre la hierba.

En la quietud de sus deseos, enardecida,
abandonada al tacto inesperado
era un fuente susurrante
en que la tibia
humedad
de los sudores
era hallazgo.

Iba el sol sobre la ciudad estremecida
por el guiñol de extraños mercaderes
que escoltaban, silenciosos,
aquella sendas
cautivas
por la mirada
de Irene.

Hallada por mis ojos y manos, en huida,
la tuve al ras
de la página oscura,
donde el secreto sexo
no era volcán
alguno
sino refugio de ternura.

No bastaban las mil promesas repetidas
ni la penumbra azul en su presencia,
era lejanía de abril
en el Café
absurdo
que todavía
nos espera.



Rodolfo Calderón Vivar       mayo de 1989

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