Beso tu vulva y te retuerces
bajo el influjo de la pasión en ciernes.
¿Que queda ya de nuestras carnes
sino sudores y penumbras?
Un soplo aqui, un canto allá,
el espejo roto en la antesala
y la camarista subiendo el caracol
con la charola empuñada.
La noche es nuestra ahora, mueres.
El arbotante brilla tras la ventana,
no te dejaré salir tan fácilmente,
no hasta acabar el el último aliento
que derramas desde el alma.
Un beso aquí, un beso allá.
Tu cuerpo es estertor y calma.
Ahora, observo en mi reloj
la marca de esas horas ausentes.
Rodolfo Calderón Vivar


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